Danny Boyle (Slumdog millionaire, 127 horas) estira su propia fórmula, que se remonta a 2002, sin ofrecer grandes alicientes. Podría llevar perfectamente la firma de otro director menos prestigioso, ya que aquí apenas apreciamos los méritos con los cuales se ha ganado una reputación envidiable. Estamos ante un filme que recupera los lugares comunes del cine de zombis, con contados momentos sorprendentes. Presta atención a unas dramáticas circunstancias familiares que no evitan varios detalles mal encajados. Con todo, mantiene la tensión hasta los compases finales, que quedan sensiblemente por debajo de las expectativas.
Han pasado 28 años desde que el virus de la rabia se extendió por Gran Bretaña. Los infectados siguen buscando víctimas a las que devorar, aunque, casi siempre deben de conformarse con plantas y animales salvajes. En un islote lograron refugiarse unos pocos afortunados. Intentan sobrevivir mientras dure la cuarentena. Sin embargo, el joven Spike no puede esperar; está muy preocupado por la enfermedad que sufre su madre. Como allí no hay ningún médico ni tampoco fármacos decide salir a buscarlos, lo que comporta unos enormes riesgos.
El escalofriante preámbulo sirve fundamentalmente para refrescar la memoria o poner en antecedentes a quienes los desconozcan. No obstante, el guion lo termina vinculando con una de sus últimas y estrafalarias piruetas narrativas.
Acto seguido se centra en el protagonista y su entorno. Lo describe someramente y extiende la mirada a la comunidad rural donde ha crecido. Sienta las bases de una trama prometedora, vertebrada por dos aventuras prácticamente consecutivas y si bien en ambas las amenazas son similares, aporta enfoques diferentes con un resultado desigual.
La primera parte, bastante básica, depara escenas vibrantes al hilo de la relación del chico con su padre en tierra hostil. La segunda, más emotiva, aborda la fuerte vinculación maternofilial. Curiosamente, la profundidad sentimental de este capítulo le resta fuerza al conjunto, pese a los elementos originales que introduce. Incluso cuesta creer la precipitada transformación anímica del intrépido adolescente
El epílogo se antoja una broma o humorada arriesgada, que choca con cuanto le precede; tal vez porque llega tarde.
Alfie Williams no evidencia su corta experiencia y conduce la cinta con convicción, intentando superar los bruscos cambios que le marca el papel. Jodie Comer (El último duelo) y Aaron Taylor-Johnson cumplen, pero no alcanzan el nivel de Ralph Fiennes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario