Tras el exitoso paso por el Festival de Málaga, se estrenaba en salas este drama intimista que vincula delicados aspectos personales con una coyuntura socioeconómica difícil. El viaje interior que recorre el protagonista a partir de sus experiencias en tierra extraña se escenifica con fluidez y sobriedad. La película mantiene un tono de realismo cotidiano que parece no llevar a ninguna parte. Incluso al alcanzar el desenlace, apenas altera ese talante. En el camino deja varias lecturas: algunas liberadoras y otras desesperanzadoras. A esa verosimilitud contribuye decisivamente el reparto, encabezado por Mario Casas, que vuelve a dar lo mejor de sí. Eleva la meritoria ópera prima de Gerard Oms.
Sergio viaja a Utrecht con la hinchada del RCD Español. Después del partido y de pernoctar en la ciudad se dirige al aeropuerto con su hermano. Sin embargo, repentinamente, decide quedarse allí. Sin empleo ni conocimiento del idioma y con poco dinero en el bolsillo tendrá que aprender a subsistir. Por fortuna, encontrará un trabajo exigente y mal pagado que le permitirá mantenerse con lo justo, aunque deberá afrontar nuevas adversidades.
Las razones que esconde para no regresar a Barcelona solo las descubrimos al final. Y si bien invita al espectador a especular sobre ellas, el guion las relega porque prioriza cuestiones de mayor calado. Mediante sus vivencias nos aproxima a las facetas más duras de la inmigración. Amplía la mirada a quienes buscan en Europa un paraíso que no existe y cala su contundencia contenida.
La precariedad laboral, las barreras lingüísticas, la soledad, la xenofobia y el racismo son temas que toca el relato, sin profundidad pero con suficiente elocuencia. Ubica la historia en los albores de la Gran Recisión, año 2008, lo cual le proporciona un contexto idóneo, ya que contribuye a visibilizar estas circunstancias.
Al abordar las parcelas íntimas trata unos miedos y dudas perfectamente asumibles. No obstante, convence menos al destapar la razón por la que este joven necesita empezar de cero.
En cuanto a los apartados técnicos, destaca su cuidado montaje; mientras que en la banda sonora compuesta por Silvia Pérez Cruz predominan los pasajes atonales.
David Verdaguer representa con la naturalidad que le caracteriza, una versión diferente y complementaria del expatriado, igualmente desalentadora.
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