El actor (Funny Games) y aquí director Brady Corbet presenta una historia cautivadora sobre el sueño americano. Perfectamente estructurada, durante 200 minutos (sin contar los 15 adicionales del intermedio) mantiene el interés por el devenir del protagonista, cuyas circunstancias, ya sean comunes a muchos inmigrantes o peculiares, dadas sus cualidades profesionales, sirven para trazar un intenso recorrido dramático. Las potentes imágenes que ofrece ponen de manifiesto su indiscutible virtuosismo técnico. Emparenta con otros grandes títulos del cine clásico que abordaron el mismo tema desde distintas perspectivas.
En 1945 László Tóth desembarca en Nueva York. Este prestigioso arquitecto húngaro estuvo recluido en el campo de Buchenwald (Alemania). Ha dejado atrás el horror, pero también a su esposa Erzsébet que intenta reunirse con él cuanto antes, aunque no lo tiene nada fácil. Se instala en Pensilvania con unos familiares que se dedican a diseñar muebles. Comienza a trabajar con ellos y el destino le brinda la oportunidad de reformar la biblioteca del respetado magnate Harrison Lee Van Buren. El aristócrata, maravillado por tan excelsa obra, le encarga un ambicioso proyecto que podría cambiarle la vida.
La breve obertura sitúa la acción y da paso a la primera parte del relato, en la que se suceden las experiencias agridulces. En esos compases describe suficientemente bien al recién llegado a tierra extraña. Sin recurrir a los flashbacks, invita a imaginar con pequeños detalles el sufrimiento acumulado y las secuelas que arrastra. Además, muestra las penurias soportadas por quienes viajaron hasta allí con la errónea convicción de prosperar rápidamente. Nos transmite su sensación de impotencia y vulnerabilidad.
Tras el descanso, el segundo capítulo pone en juego las ambiciones y esboza el lado oscuro de la aristocracia industrial. La vincula a la corrupción, el racismo y la prepotencia. No oculta tampoco los egos artísticos, componiendo un cóctel explosivo que empezará a estallar por donde menos imagina el espectador. Así, asistimos a escenas duras y sorprendentes.
El epílogo constituye un sentido broche imbuido de cierto ánimo redentor y explica someramente lo que es el brutalismo, estilo en el cual destacaron varios talentos magiares. Incluso destapa las razones ocultas de la composición del edificio en torno al que gira la película.
La fotografía, el montaje, las localizaciones y los movimientos de cámara le confieren una factura impecable. Se suma a esas excelencias la enérgica banda sonora compuesta por Daniel Blumberg.
Engrandece sus méritos el que el presupuesto oficial del filme no alcance los 10 millones de dólares.
Adrien Brody completa una interpretación únicamente comparable a la oscarizada El pianista. Le secundan unos magníficos Guy Pearce (Memento, L.A. Confidential) y Felicity Jones (La teoría del todo), quien asume un papel exigente.
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