Este drama carcelario, basado en hechos reales, se beneficia fundamentalmente de las buenas interpretaciones. Sus actores, profesionales y amateurs, forman un elenco muy convincente a la hora de expresar los distintos estados anímicos por los que atraviesan. La historia, correcta en líneas generales, sufre ciertos altibajos, sin llegar nunca a perder el interés. Partiendo de la situación en que se encuentran los protagonistas, apuesta por la esperanza, la mejora interior, la rehabilitación y la liberación a través del teatro. Coincide en muchos aspectos con la aplaudida producción francesa El triunfo (2020), sensiblemente superior y que recreaba un caso ocurrido en Suecia.
En la penitenciaría de Sing Sing hay algunos presos que logran evadirse mentalmente gracias a las artes escénicas. El programa, que se implantó con éxito años atrás, cuenta con reos bien diferentes. Ahora se disponen a empezar los ensayos de una comedia que conjuga pasajes inspirados en las tragedias shakespearianas con populares figuras cinematográficas. A la compañía se ha unido uno de los convictos más rebeldes del centro, lo que podría generar problemas al grupo.
Los reclusos encarnan unas circunstancias arquetípicas, aunque se evitan los perfiles excesivamente conflictivos o irreversibles. El guion destapa con tacto y progresivamente su pasado e inquietudes. Transita de las tensiones y choques puntuales a la amistad desinteresada. Los personajes van ganando en humanidad conforme se sinceran y los conocemos mejor.
No se extiende en las causas que les condenaron y apenas detalla los crímenes cometidos. Prefiere mostrarles como son en estos momentos y eso contribuye a facilitar la empatía con el espectador. El final padece unos ligeros vaivenes narrativos, pero sabe rematar la función con un emotivo colofón. El epílogo añade unas imágenes de archivo que elevan las sensaciones del público.
Reproduce de manera verosímil los espacios donde preparan la representación y las angostas celdas en las que duermen.
Colman Domingo cambia radicalmente de registro con respecto a su magnífico trabajo en El color púrpura (2023) y llena la pantalla. Demuestra un carisma que permite augurarle una carrera de éxitos. En cuanto al resto del reparto, la mayoría de sus componentes hacen de sí mismos. En ese aspecto, especial mención merece Clarence Maclin, también productor, cuya soltura sorprende porque es la primera vez que se pone ante las cámaras. Igualmente, resultan notables las participaciones de Sean San José y Paul Raci.
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