Es más un thriller inquietante que una película de terror. De hecho, cuando aparecen los elementos espeluznantes el filme pierde fuelle, pese a esforzarse constantemente por sorprender al espectador. El guion, muy desigual, ofrece unos diálogos brillantes durante la primera hora. Su absorbente disertación sobre las distintas religiones resulta cuanto menos curiosa. Habla de la manipulación y del control, extendiendo dichos conceptos a otros terrenos con ejemplos aparentemente indiscutibles. Aporta unas interesantes reflexiones e incita a investigar acerca de los datos en que se apoyan.
Barnes y Paxton, dos hermanas mormonas, buscan nuevos adeptos cada día. No imaginan lo que les espera al visitar la mansión del señor Reed bajo una intensa lluvia. Su improvisado anfitrión les revela que se dedicó varios años a estudiar teología. Pronto toma la iniciativa de la conversación y empieza a formularles unas preguntas incómodas. Trata de inducirlas a dudar del credo que profesan. Pero eso no será todo; les reserva un juego diabólico.
Controla bien los tiempos, empezando por una elaborada introducción en la que ya afloran indicios desasosegantes. Convierte la amigable charla en un discurso avasallador debidamente argumentado. Capta la atención la elocuencia del leído orador. Logra proyectar las mismas sensaciones que experimentan de cerca sus cándidas invitadas. Altera la alocución con unos pequeños incidentes que advierten del peligro de este maquiavélico personaje.
Esos prometedores compases despiertan unas grandes expectativas. Sin embargo, al trasladar la acción a un escenario tenebroso se esfuma parte de su arrolladora lucidez. Utiliza algunos recursos que descolocan y no proporcionan los efectos perturbadores deseados. Aun así mantiene la tensión.
En el último acto, donde salen a luz los secretos y las auténticas intenciones del ilustrado psicópata, surgen detalles demasiados forzados. El desenlace esconde unos giros que no son especialmente impactantes.
El diseño de producción se ajusta a las exigencias de la trama. Crea unas atmósferas tenebrosas y asfixiantes en las lúgubres estancias del laberíntico caserón por las que discurre la intriga.
Hugh Grant cumple con solvencia en un registro poco habitual. El actor británico, sin renunciar completamente a sus característicos gestos, borda el papel de tipo retorcido y desequilibrado. A su sombra se mueven unas voluntariosas Sophie Thatcher y Chloe East.
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