El thriller y el drama personal van de la mano en esta interesante película carcelaria. Aporta también el retrato social de unos ámbitos urbanos inhóspitos, donde conviven las organizaciones criminales con comunidades cerradas y excluyentes. El relato, tras describir las dificultades a las que se enfrenta la protagonista en el ámbito profesional y doméstico, desarrolla una intriga policíaca sólida. No obstante, juega innecesariamente con los saltos temporales, seguramente tratando de sorprender al espectador, pero termina confundiendo.
Mélissa Dahleb, funcionaria de prisiones, se traslada con su familia a Córcega. Se instalan en un barrio en el que no son bien recibidos por sus orígenes foráneos. En la penitenciaría de Borgo, esta supervisora trata de hacerse valer. Ha de lidiar con los reos corsos, que ocupan el módulo 2. La firmeza que exhibe no le impide mostrar cierto talante conciliador. Allí se reencuentra con Pietri, a quien conoció cuando estuvo destinada en París y que pronto obtendrá la libertad condicional. Los colegas del chico, sin que ella se lo pida, le «solucionan» los problemas de convivencia vecinal. A cambio, le pedirán unos favores aparentemente inofensivos.
Dedica la primera hora a detallar con verosimilitud el universo cerrado del presidio. Evita caer en los tópicos y no recurre a los habituales brotes violentos tan propios del género. Procura ofrecer una imagen realista, limitándose a dejar entrever las rivalidades y tensiones contenidas que esconden los reclusos. Igualmente, apunta el riesgo al cual se exponen quienes les soliviantan, ya que mantienen contactos poco recomendables en el exterior. Por otra parte, presta puntualmente atención a las discusiones de la joven con su esposo, enfatizando la presión que soporta diariamente y justificando así ciertas decisiones inapropiadas.
Superados esos compases, traza cuidadosamente la espiral peligrosa y tentadora en la que se involucra. En paralelo, cobra relevancia la investigación de un comisario sobre el doble asesinato que vemos al principio del filme. Ambos hilos narrativos confluyen en unos minutos finales altamente inquietantes.
Stéphane Demoustier dirige con buen pulso esta trama que nunca decae. Suscita el debate acerca de los dilemas morales en los cuales se apoya la historia, como ocurría con su largometraje anterior: La chica del brazalete (2019).
Se debe elogiar la loable interpretación de Hafsia Herzi (La fuente de las mujeres). Da la talla dotando a su papel de una absoluta naturalidad desde la introspección que le caracteriza.
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