Supera a su predecesora, Smile (2022), algo que tampoco era difícil. No obstante, la intensidad de las emociones y sorpresas sigue una línea descendente. La energía arrolladora de los compases iniciales va menguando conforme se atasca el discurso y recurre a trampas confusas que seguramente despistarán al espectador. Mejoran también los apartados técnicos, si bien uno de sus mayores valores reside en Naomi Scott (Aladdin). Responde a un papel exigente y se luce en los momentos musicales, que nos recuerdan los orígenes de la intérprete británica.
La estrella del pop mundial Skye Riley prepara una nueva gira cuando empieza a sufrir unas visiones aterradoras. Angustiada y abrumada por la presión de la fama, deberá enfrentarse a su oscuro pasado. Las peores adicciones y un terrible accidente de tráfico le marcaron profundamente. Tras muchos meses apartadas de los focos ha regresado con ilusión, pero sin superar la secuelas físicas y psíquicas que le causó aquel suceso. Sin embargo, los extraños fenómenos que padece se salen de lo normal.
El adrenalínico plano secuencia que abre la proyección constituye el punto de unión con su antecesora. Indudablemente, depara los instantes más violentos y vibrantes del filme. Supone una carta de presentación impactante que no dejará indiferente al público. Ese comienzo rotundo, genera unas expectativas que nunca satisface del todo. Además, eleva esas sensaciones positivas el hecho de que, seguidamente, introduzca a la protagonista con detalles interesantes, incluyendo el ensayo de un vistoso número coreográfico.
La primera manifestación del invisible y sonriente ente letal coloca el listón demasiado alto. Con unos escabrosos y desagradables toques gore, la escena resulta muy inquietante. Una vez que retoma el eje argumental de esta manera tan potente, pierde fuerza. Ralentiza los golpes de efecto y a veces cae en lo grotesco. El guion transita intermitentemente de unas ensoñaciones espantosas a la realidad que comparte con quienes le rodean. Exprime ese recurso y así lleva el metraje a los 127 minutos.
En el último cuarto recupera alicientes y sin alcanzar las excelencias del preámbulo, despierta la atención con unas situaciones espeluznantes. El desenlace (no hay nada después de los créditos finales) se presta a diversas interpretaciones.
Rosemarie DeWitt (El amigo de mi hermana) cumple con el rol de madre alienante, y Kyle Gallner (Strange Darling) aprovecha el poco tiempo que permanece en la pantalla.
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