DreamWorks presenta esta hermosa historia que dirige Chris Sanders (Cómo entrenar a tu dragón). La naturaleza y las nuevas tecnologías se funden en una película encantadora, llena de ternura, con unos mensajes muy necesarios hoy. El propio realizador adapta la novela homónima del escritor e ilustrador estadounidense Peter Brown, publicada en 2016. A sus valiosos contenidos se unen las bellas y coloridas imágenes que ofrece. Seduce con cada secuencia y aplica unas dosis de imaginación extraordinarias.
Roz llega a una isla deshabitada cuando naufraga el carguero en el que viajaba. Allí, esta inteligencia artificial avanzada aprende a adaptarse al entorno que le rodea. En poco tiempo consigue entender a los animales salvajes que pueblan los bosques. Debido a sus increíbles habilidades e imponente presencia, pronto siembra los recelos entre la fauna. Esa percepción empieza a cambiar el día que inesperadamente y sin quererlo se convierte en la madre adoptiva de Picabrillo. Así bautiza a un pequeño ganso huérfano al cual debe cuidar e instruir hasta que sepa nadar y volar. Contará con la esencial ayuda del hambriento zorro Bribón.
En la presentación de la protagonista ya se aprecian aspectos talentosos. Anticipa el derroche de creatividad al que vamos a asistir. En esos minutos, los gags y los detalles hilarantes, algunos realmente sutiles, se suceden sin solución de continuidad. Además, muestra el esplendor de unos paisajes recreados con un loable sentido artístico.
Los dos compañeros de la desubicada autómata resultan determinantes. Los tres terminan conformando una especie de familia y con ello el filme gana en emociones. Trata con tacto la relación maternofilial, que contiene reflejos totalmente humanos, y la va llevando a terrenos sensibles, evitando los recursos lacrimógenos. Profundiza también en la amistad sincera con el avispado raposo.
En los últimos compases hay espacio para la acción. El relato depara giros inesperados de incierto desenlace convenientemente resueltos. Todo está bien calculado por el guion, incluso su esperanzador epílogo. Cabe señalar que tras los créditos de cierre se esconde una broma irrelevante.
Es curioso que una robot intente reconciliarnos con el medio ambiente en su estado más puro, aunque no se priva de advertirnos sobre un posible futuro bastante desalentador.
La espléndida banda sonora compuesta por Kris Bowers (Green Book), en la que destacan unos potentes pasajes sinfónicos, pone la guinda.
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