miércoles, 18 de agosto de 2021

UNA VILLA EN LA TOSCANA

 

El título en castellano resulta evocador y se ajusta mejor a la historia que el original (Made in Italy). Si a ello se une la siempre atrayente presencia de Liam Neeson, es fácil dejarse llevar al acercarse a la taquilla. Sin embargo, las expectativas más elevadas pueden verse defraudadas al atender a un drama familiar convencional, que tira de resortes emocionales muy manidos. De hecho, su baza principal radica precisamente en los cautivadores parajes donde se sitúa. 

Jack dirige la galería de arte de sus suegros con gran tesón. Se ha ganado el reconocimiento de los coleccionistas, pero cuando su esposa le pide el divorcio, sabe que tiene los días contados en ese puesto. Solo le queda una posibilidad: adquirir el inmueble y seguir haciendo lo que le gusta. Eso significa vender la villa que posee en la Toscana, cuya propiedad comparte con su padre, el reputado pintor Robert Foster. Así que ambos viajarán a Italia con tal propósito. Allí se reencontrarán con imborrables y dolorosos recuerdos.

UNA VILLA EN LA TOSCANA

Basta con los primeros veinte minutos para trazar el desarrollo completo del film. La distante relación paternofilial va cambiando de cariz al compás de la restauración del espacioso caserón abandonado y destartalado. El idílico entorno invita indefectiblemente a introducir un toque romántico, y en este caso, además, vinculado a la gastronomía local. Con tan apetitoso menú, apenas sorprende y como ya se intuye, no faltan momentos en los cuales emergen aspectos sensibleros, en ocasiones precedidos de unos reproches mal justificados y que suenan a salidas de tono. 

La puesta en escena aprovecha el carácter mediterráneo en su versión vitalista y desenfadada, incluso añade un pequeño guiño cinéfilo con la proyección al aire libre de una película de antaño. Son esos agradecidos detalles los que hacen llevadero su visionado. 

Desde luego, la dirección de fotografía constituía de antemano un apartado esencial y nada se le puede reprochar, porque las imágenes recogen la esplendorosa luz de esta hermosa región. 

El actor irlandés llena la pantalla, esta vez sin esfuerzos físicos. Le acompaña su propio hijo, Micheál Richardson, que no desentona. Curiosamente, induce a pensar que el guionista, James D’Arcy, también debutante tras las cámaras, se inspiró en el triste pasado de sus intérpretes a la hora de escribir el relato. Se ajustan a sus roles superficiales, Valeria Bilello y la veterana Lindsay Duncan.






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