Esta producción cuenta de partida con ser la primera película que dirige una mujer saudí en su país de origen. Al margen de ello, si nos ceñimos a criterios estrictamente cinematográficos, habría que subrayar como la puesta en escena de una historia tan pequeña es capaz de ofrecer una visión tan amplia de la forma de ser de aquel país, especialmente en lo que se refiere a la situación de la mujer.
Un relato delicado, lleno de ingenuidad y frescura nos muestra, a través de las singulares peripecias de una niña de diez años que sueña con tener una bicicleta, la manera tan estricta de entender y vivir la religión islámica que en aquellos lares alcanza hasta los aspectos que nos parecen más insignificantes.

Un guión ágil que, aparentemente no tiene complejidad alguna, se vale con habilidad de esta especie de cuento para dibujar con trazos muy finos una realidad inaceptable para nosotros por su carácter profundamente discriminatorio y censor.
Con todo, su desarrollo no opta por buscar enfatizar situaciones dramáticas más de lo que puntualmente se deja entrever e incluso en muchas escenas agrega un cierto toque de desenfado y humor que completan una cinta muy grata en sus formas y contundente en su fondo, pero siempre benevolente con la protagonista.
Hay que elogiar el sobresaliente trabajo de Waad Mohammed, quien, si en un futuro decide seguir por el camino de la interpretación, para el que aquí muestra un desparpajo y unas maneras prometedoras, debería de proyectar su carrera en otro lugar ya que en el estado saudita las salas de cine están prohibidas.
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