Al ilustre Imanol Uribe (El Rey Pasmado, Días contados, El viaje de Carol) no se le ha olvidado dirigir, pero ponerse al frente de un proyecto tan ambicioso sin contar con el presupuesto que merece, lo condena desde el inicio. La novela homónima que adapta, obra de Paloma Sánchez-Garnica, supera las 600 páginas y resumirla en 95 minutos, créditos excluidos, se antoja difícil. Se intuye el esfuerzo de los voluntariosos guionistas; sin embargo, no han podido evitar la precipitación narrativa, que deja demasiados detalles por explicar. Asistimos a una intriga de espionaje irregular, que descoloca en muchos momentos, aunque nunca aburre.
España, 1968. Daniel está felizmente casado con Sofía. Inesperadamente, este prestigioso abogado se entera de que fue adoptado por sus padres. Ha recibido una carta de su madre biológica diciéndole que no quiere morir sin volver a verle. El único problema es que vive en la República Democrática Alemana, Estado vetado por el régimen franquista. Casi al mismo tiempo, descubre que tiene un hermano gemelo, Klaus, quien puede facilitarle la llegada al Berlín Oriental. Finalmente, decide viajar hasta allí sin contarle la verdad a nadie. Al regresar, unas semanas después, parece otro.
En plena Guerra Fría presenta un thriller que promete fuertes emociones. No obstante, a medida que avanza, los aspectos políticos van desbravándose. Apuesta por profundizar en las circunstancias familiares. El drama intimista toma la pantalla, acompañado por una ligera denuncia social sobre la situación de la mujer aquellos años en nuestro país.
Desarrolla paralelamente una subtrama vinculada a la hermana de los protagonistas, que intentó infructuosamente huir del yugo comunista. En ninguna vertiente alcanza la intensidad que apunta inicialmente. No profundiza lo suficiente en sus argumentos y el desenlace resulta confuso.
El diseño de producción cumple con lo justo y, además, cabe destacar las secuencias en las que Álex González (El príncipe) aparece por partida doble. Pese a que hoy las depuradas técnicas infográficas facilitan sumamente esa labor, las imágenes no merecen reparo alguno. El maquillaje no convence tanto al envejecer a los intérpretes en los últimos compases.
El actor madrileño cambia de registros cuando corresponde y compone dos personajes diferentes con similar convicción. Aura Garrido le acompaña en un rol con menos recorrido, igual que sucede con Zoe Stein (Mantícora).
No hay comentarios:
Publicar un comentario