Éric Besnard, realizador de Delicioso (2021) y Las cosas sencillas (2023), regresa al mundo rural para contarnos esta hermosa historia. Reivindica el valor de la enseñanza con un relato recorrido por unos marcados aires costumbristas. Destaca el esmero volcado por el propio director y guionista en la construcción de los personajes principales. Tampoco descuida la época donde se sitúa la acción, clave en muchos aspectos. El talante benevolente y la manera de abordar las circunstancias dramáticas contribuyen a involucrar al espectador.
Francia, finales del siglo XIX. La profesora Louise Violet ha sido prácticamente desterrada a dar clases en una recóndita aldea situada entre montañas. Aunque la educación ya es obligatoria, allí los niños trabajan la tierra con sus padres. Nadie piensa en que deban ir a la escuela. No será fácil convencer a los campesinos de lo contrario. Únicamente el alcalde parece dispuesto a ayudarla. Juntos visitarán a cada familia e intentarán que cambien de opinión. Cuando por fin empieza a recibir alumnos, surgirán otros inconvenientes.
Su desarrollo no ofrece grandes giros en líneas generales, si bien la introducción deja entrever que la protagonista esconde algún secreto oscuro vinculado a su pasado. Solamente esa parcela puede sorprender, porque la relaciona con unos agitados acontecimientos ocurridos en 1870 y que invitan a documentarse posteriormente.
Muestra la forma de vida en un pueblo olvidado, cuyos habitantes dedican todos sus esfuerzos a las tareas agrícolas y no ven más allá. También apunta los recelos hacia el foráneo procedente de la capital, que aumentan si encima pretende alterar unos hábitos consolidados. En ese sentido, hay lecturas validas todavía hoy. Además, ensalza la autogestión mediante el consejo municipal, una fórmula ajena a enfrentamientos partidistas.
La puesta en escena se ajusta a unos patrones académicos. Los paisajes naturales y la austeridad que preside los hogares constituyen unas localizaciones apropiadas. La banda sonora compuesta por Christophe Julien (Pastel de pera con lavanda) traduce musicalmente la esencia de esos lugares.
Alexandra Lamy (Sobre ruedas, Vuelta a casa de mi madre) se aleja de los registros cómicos y completa una interpretación convincente. Le secunda Grégory Gadebois (Presunción de inocencia), habitual colaborador del cineasta, quien responde perfectamente al perfil que asume. Ambos logran la química adecuada y conducen la película por unos terrenos casi siempre afables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario