Puede que con el tiempo se convierta en una película de culto. Al menos, tiene varios elementos evocadores de títulos que engrandecieron el cine serie B. No obstante, conviene advertir que estamos fundamentalmente ante un filme de suspense. El terror lo acompaña en segundo plano, pero de manera muy real. Mantiene la tensión contenida con la ayuda de unas atmósferas opresivas y unos actores que bordan sus papeles. Consigue involucrarnos en el inquietante duelo psicológico que impulsa el relato prescindiendo de artificios imposibles.
El juez Stefan Mortensen ingresa en un geriátrico donde se someterá a rehabilitación para paliar las secuelas del derrame cerebral que ha sufrido. Parcialmente paralizado, cree que la estancia allí no se alargará demasiado. Pronto descubrirá que el desequilibrado Dave Crealy amedrenta constantemente a los pacientes. Se vale de una vieja muñeca sin ojos ni pelo a la que llama Jenny Pen. Cuando las vejaciones alcanzan unas cotas inadmisibles, el recién llegado no reparará en hacerle frente.
Resulta curioso que ninguno de los protagonistas invite a la empatía, aun siendo antagónicos. Por un lado, el recto y antipático togado ya muestra su severidad en la primera escena. Por otro, el perturbado hostigador nunca abandona las malas intenciones. Pues bien, pese a ello, el pulso desigual que ambos entablan logra generar interés por conocer cuál será el siguiente paso de cada uno.
Los dos contendientes parecen marcados por la soledad y el distanciamiento con sus seres queridos, lo mismo que la mayoría de los ancianos hospedados en la residencia. Indirectamente, denuncia el tema del abandono que sufren tantas personas de la tercera edad.
Los acontecimientos desagradables y alarmantes se suceden con una intensidad ascendente, sin que quepa intuir el desenlace. Como se ha apuntado certeramente, recuerda al clásico de 1962 ¿Qué fue de Baby Jane?, solo que, guardando las distancias, equivaldría a la versión masculina.
La dirección artística proporciona unos ambientes que terminan por adquirir aires siniestros. Por su parte, el director neozelandés James Ashcroft juega convenientemente con la colocación de las cámaras.
Geoffrey Rush y John Lithgow completan unas
interpretaciones brillantes, merecidamente premiadas ex aequo en el
Festival de Sitges. El resto queda a su sombra en roles secundarios de escaso
recorrido.
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