martes, 5 de agosto de 2025

MI QUERIDA LADRONA

 

Robert Guédiguian (Las nieves del Kilimanjaro, Que la fiesta continúe) no se aleja del inconfundible sello de identidad que caracteriza a sus comedias dramáticas. Repite actores y escenarios en esta historia sencilla, amable e intimista. Aborda con buen talante y comprensión los distintos dilemas morales que surgen, aunque cuesta aceptar siempre esa perspectiva. No profundiza demasiado en los conflictos y solo esboza algunas cuestiones realmente interesantes, pero esa ligereza le permite transmitir unas sensaciones gratas o, al menos, intentarlo. Ello pasa por precipitar ciertas decisiones difíciles de asumir sin reparos.

María y Bruno prácticamente se arruinaron años atrás, al comprar una casa con piscina. Ahora, con el paso del tiempo, el matrimonio hace aguas. Él está jubilado y se gasta la pensión jugando a las cartas. Ella se dedica a cuidar ancianos. Sus clientes la adoran por el cariño con que los trata. Ignoran, sin embargo, que les sisa periódicamente unos cuantos euros. Con ese dinero puede pagar el alquiler del piano de su nieto, que muestra un talento prometedor. Diferentes imprevistos la pondrán en serios apuros.

MI QUERIDA LADRONA

El prólogo, inicialmente desconectado del resto, pronto se revela como el detonante de un efecto dominó que acarreará consecuencias imprevisibles. El accidentado atraco que vemos siembra la curiosidad al principio. El guion maneja convenientemente sus bazas secretas, si bien las hay que encajan con dificultad en este pequeño puzle afectivo donde el pasado de los protagonistas también resultará determinante.

Conforme avanza, toca de manera tangencial y liviana temas delicados. La soledad en la vejez, la precariedad, la demencia y las rencillas paternofiliales son aspectos del relato que nunca alteran el tono positivo general. Aun cuando sorprende con un giro brusco mediado el metraje, el cariz benevolente que preside la cinta invita a intuir su desenlace sin margen de error.

Las imágenes, la mayoría diurnas, reflejan la agradecida luminosidad que recorre las calles y plazas del pueblo marsellés de L’Estaque. Y la hermosa música de Michel Petrossian es una constante; no obstante, a veces se utiliza en exceso.

En el reparto encontramos los rostros más habituales de la filmografía del cineasta francés. De esa complicidad se benefician sus interpretaciones. Ariane Ascaride, su esposa, conduce la película con soltura, aportando unas notas entrañables, alegres y simpáticas; así lo corrobora el vestuario que luce. Le acompaña el solvente Jean-Pierre Darroussin (El teorema de Marguerite). Sirve de despedida al veterano Jacques Boudet, que en un tierno papel secundario exhibe el oficio acumulado.










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