Recrea unos hechos reales que ensalzan los mejores valores cristianos vinculados al amor familiar en sentido amplio. La adopción de niños maltratados centra un relato que homenajea a una comunidad ejemplar. Alaba el comportamiento de quienes desinteresadamente, movidos por sus nobles sentimientos, hicieron realidad la generosidad y la caridad en que creían. El filme lo plasma con honestidad, escenificando los graves conflictos de adaptación que esa convivencia sobrevenida puede generar. Por otro lado, minimiza demasiado los trámites burocráticos y las exigencias que establece cualquier Administración. La historia depara momentos altamente emotivos, aunque se advierten altibajos durante los 130 minutos de metraje.
Possum Trot, Texas, 1997. En esa zona del Estado tejano, rodeada de bosques, se asienta una numerosa población rural. La mayoría de sus habitantes son afroamericanos profundamente religiosos. Cada domingo, el reverendo Martin celebra la misa con enorme fervor. Solo le preocupa la depresión que sufre su esposa Donna. Sin embargo, la tristeza que le embarga desaparece cuando decide acoger en casa a huérfanos e hijos de padres violentos. El compromiso que abandera este ilusionado matrimonio pronto será puesto a prueba.
Los preámbulos describen con bastante detalle a los protagonistas y sus circunstancias. Se esfuerza en presentarlos como personas humildes y trabajadoras, con una economía limitada. Precisamente, por esa razón adquiere un mérito especial su gesto, que, además, secundarán muchos vecinos y amigos. En ocasiones, introduce pequeños fragmentos de innegable dureza. Muestra los terribles episodios domésticos que soportaron estos chicos. No se extiende en ellos, pero ponen los pelos de punta.
Paulatinamente, reorienta la atención hacia una adolescente problemática, que no ha superado las malas experiencias padecidas. Saca a la luz los sinsabores más amargos de una relación difícil. No obstante, sirve para apostar por la fortaleza y perseverancia, deparando secuencias conmovedoras.
En los apartados técnicos resulta muy académica. La luminosa fotografía junto con la manera de representar los sermones dominicales, los vehículos y los detalles que nos transportan a unas décadas atrás, acreditan su pulcritud formal.
El reparto, carente de estrellas, cuenta con unos convincentes Nika Williams y Demetrius Grosse. Los acompaña la joven Diaana Babnicova, que apunta buenas maneras.
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