martes, 1 de julio de 2025

LO QUE QUISIMOS SER

 

Luna nueva (1940), con Cary Grant y Rosalind Russell, abre la proyección del último largometraje de Alejandro Agresti (El viento se llevó lo que, El sueño de Valentín, La casa del lago). El director argentino firma esta declaración de amor a los clásicos hollywoodenses, al tiempo que confiesa sus fuentes inspiradoras. Seguidamente, asistimos al comienzo de una relación inesperada e interesante, recorrida por unas notas imaginativas y fantasiosas muy originales. Su desarrollo sufre ligeros altibajos sin perder nunca la sensibilidad, pero nos deja con la idea de que tan peculiar planteamiento se prestaba a un recorrido todavía mejor.

Buenos Aires, 1998. Irene y Yuri son los nombres falsos que intercambian dos desconocidos. Acaban de salir del cine y han decidido continuar comentando la película en un bar. Lo que empieza siendo ocasional se convierte en habitual. Todos los jueves se citan en la misma mesa, aunque deben atenerse a unas reglas. Cada uno ha de inventarse una identidad diferente a la suya. Así que la exitosa escritora y el veterano astronauta recuerdan sus apasionantes experiencias. Paulatinamente, el afecto va creciendo entre ambos.

LO QUE QUISIMOS SER

El guion procura despertar la curiosidad del espectador, ya que, en principio, ignora cualquier detalle sobre las verdaderas circunstancias de los protagonistas. Sin embargo, resulta sencillo empatizar con ellos. En cierta manera, invitan al público a poner en práctica el juego que proponen. Además, el humor, una fina ironía y el ambiente acogedor e intimista donde se sitúa la acción contribuyen a ese acercamiento.

La ingenuidad inicial junto con una loable capacidad inventiva dan paso a cuestiones más profundas. Utiliza los recursos precisos para virar hacia terrenos melancólicos. Sin necesidad de verbalizarlo, permite intuir claramente aquello que no muestra.

Sabe manejar las elipsis y el relato no se resiente de los saltos temporales. La delicada e ineludible coyuntura sociopolítica del país apenas surge en las conversaciones y al hacerlo queda rápidamente relegada por los interlocutores. Saben que pueden estropear un bien mayor y en ese punto el filme se torna ejemplar.

En los compases finales emergen secretos y confesiones que emocionan sin intenciones lacrimógenas. Ponen el broche que merece esta pequeña y bonita historia.

Eleonora Wexler y Luis Rubio generan la complicidad y calidez idóneas. Aciertan con los apreciables matices que incorporan a sus personajes.









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