El título y el cartel apuntan ya la patochada que vamos a ver. Aplica con torpeza una fórmula que viene proporcionando grandes éxitos de taquilla en Francia. El director de la mediocre Un verano en Ibiza (2019), Arnaud Lemort, retoma los mismos patrones y se supera en sentido negativo. El prometedor inicio da paso a un filme que se deshincha paulatinamente. Las tontunas desangeladas se suceden sin atisbar ningún síntoma de mejora.
Christian Clavier (Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?, Ohh La La!) repite un papel que ha interpretado en infinidad de ocasiones. Aquí el guion lo traiciona completamente y por mucho que se esfuerza no salva la cinta, pese a ser el auténtico gancho de la película.
Al doctor Béranger no le falta de nada, pero le sobra Damien, un paciente ansioso, con muchas fobias e impulsos suicidas. Quiere librarse de él a toda costa y le recomienda que encuentre el amor como terapia sanadora. Tiempo después, mientras ultima los preparativos de una gran fiesta familiar, su querida hija Alice le presenta al chico del que se ha enamorado. Se trata del neurótico de quien creía haberse librado definitivamente. Ahora, tendrá que recurrir a otras artimañas para romper tan indeseable relación.
Desaprovecha el potencial del planteamiento y solo depara cuatro gags inspirados. Abusa de repetir situaciones similares que van perdiendo gracia. Mediado el metraje introduce a un personaje cuya participación resulta previsible desde el principio, lo que condiciona la historia hasta el final. Aun así, se le debe agradecer que no abuse del humor escatológico.
Las aportaciones de los secundarios en su mayoría son irrelevantes. Además, apenas se advierten elementos de crítica social, y hay secuencias que provocan vergüenza ajena. El momento en que se rememora la despedida de soltero del protagonista, celebrada 30 años atrás, causa esa sensación.
Los últimos minutos cierran el relato con discreción, sin sorpresas ni destellos tronchantes.
La vis cómica del joven Baptiste Lecaplain (Las chicas de Niza) queda eclipsada por su histriónico compañero de reparto. Claire Chust (Champagne) y Cristiana Réali cumplen con lo mínimo.
Indudablemente, no atiende las expectativas que generan sus principales referencias.
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