El director y actor Tony Goldwyn (Siempre a tu lado, El último beso) presenta este hermoso drama familiar en torno al autismo, pese a que el título en castellano, bastante desacertado, no ofrezca ninguna pista. El inspirado guion, basado parcialmente en las experiencias del propio autor, Tony Spiridakis, desarrolla una historia llena de humanidad. Se apoya en unos personajes sólidos, trabajados con esmero, lo que cabe extender también a los secundarios. Indudablemente, se benefician de un elenco contrastado que raya a gran altura. Trata el conocido trastorno psicológico sin ocultar las dificultades que provoca ni omitir las curiosas y extraordinarias habilidades de quienes lo padecen.
Max, un cómico divorciado, se dedica a representar sus monólogos en clubes nocturnos de Nueva York. Le gustaría poder triunfar en la televisión, pero lo primero es cuidar a su hijo Ezra, que sufre problemas de comunicación social. La madre del chico, Jenna, quiere matricularlo en una escuela para alumnos con esa misma afección, algo que él no aprueba. Tras unos inesperados incidentes que lo llevan al calabozo, decide huir con el niño rumbo a California.
El humor acompaña muchas de las situaciones en que se ven inmersos los protagonistas, matizando los conflictos latentes. Tampoco abusa de los momentos sensibleros y cuando surgen lo hacen con naturalidad, evitando artificios lacrimógenos, aunque resulten inevitablemente conmovedores.
Está estructurada en dos partes y pasa de la tibieza inicial a una apreciable intensidad. Mediado el metraje adquiere hechuras de road movie; un viaje en el que las anécdotas y contratiempos se suceden sin apenas descanso. Así, va profundizando en la relación paternofilial, que termina por alcanzar unas emotivas cotas de complicidad.
El desenlace, que depara una pequeña sorpresa, deja con ganas de saber un poco más. Atiende ese deseo con la escena que se esconde entre los créditos de cierre.
El jovencísimo William Fitzgerald, que comparte con su personaje una neurodivergencia parecida, se convierte en el auténtico motor del filme. No le pierde la cara a los actores de talla que le rodean. Se ganará el corazón del público por la simpática espontaneidad que exhibe ante las cámaras. Bobby Cannavale ejerce de padre preocupado y nos brinda una magnífica interpretación. Robert De Niro, el abuelo y Rose Byrne, la exmujer, gozan de secuencias que les permiten lucirse y no las desaprovechan.
Se presta a un programa doble con la notabilísima película española Wolfgang (2025), que tomando una perspectiva similar aporta lecturas complementarias.
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