Las miradas y los silencios son más expresivos que los diálogos en este drama de posguerra. La adaptación del relato corto homónimo de Rafael Chirbes que firma Celia Rico se degusta a fuego lento y fijándose en los detalles. El miedo, los rencores, la carestía y el patriarcado de aquella época aportan también muchas lecturas. Exige del espectador calma y un esfuerzo adicional para captar todos los mensajes que nos quiere transmitir. Por eso, resulta fundamental la interpretación de sus actores, y, sin duda, el escogido reparto constituye un gran acierto.
Ana se ve sorprendida por la inesperada visita de Antonio, su cuñado. Ella y Tomás le habían dado por muerto tras la contienda, ignoraban que estaba en prisión. Conscientes de que con ese pasado le costará encontrar trabajo, le invitan a alojarse temporalmente en la humilde casa familiar. Esta comprensiva esposa, abnegada madre y laboriosa costurera le atiende lo mejor posible. Un día aparece acompañado por Isabel, con quien piensa casarse. La joven, que estuvo viviendo algún tiempo en Londres, trastocará sin pretenderlo la convivencia de sus hospitalarios anfitriones.
Con un ritmo sosegado, a veces en exceso, va dejando entrever las frustraciones, los secretos, y los deseos de la protagonista. Las heridas recientes, el difícil presente y el futuro que le aguarda, poco halagüeño, dimensionan esas sensaciones. Tomando como eje su elaborado perfil psicológico, desarrolla una historia de cariz intimista, estructurada en tres capítulos y escenificada con sobriedad.
Esta sólida figura femenina representa a las sacrificadas mujeres de antaño, nunca suficientemente reconocidas. Sus tribulaciones y la relación con quienes le rodean centran el argumento del filme. Evita, por el contrario, profundizar en los manidos y sabidos aspectos ideológicos, apenas esbozados.
Toca con sutileza las envidias, los celos y la atracción contenida, unos sentimientos condicionados por el pesimismo. Solo en los últimos compases advertimos una intensidad emocional que, sin alejarse demasiado del tono general, apunta a las injusticias del destino.
Destaca su fotografía, que le saca partido a las localizaciones de los pueblos valencianos donde se ha rodado.
Loreto Mauleón (Los renglones torcidos de Dios) brilla en el papel principal pese a la elevada mesura que requiere. Enric Auquer (El maestro que prometió el mar) vuelve a demostrar su contrastada versatilidad, mientras que Roger Casamajor cumple con el rol de marido seco.
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