La ficha técnica del filme resulta tan atrayente como engañosa. Barry
Levinson, director de El secreto de la pirámide, Rain Man,
Bugsy y Sleepers, une su oficio al del guionista
Nicholas Pileggi (Uno de los nuestros, Casino). Ello,
lógicamente, despierta las mejores expectativas y en mayor medida si
ambos firman un thriller que recrea unos hechos reales.
La
confianza crece todavía más si vemos a Robert De Niro encabezando
el reparto. Sin embargo, esa suma no responde a la lógica
matemática. Nos encontramos con una historia carente de energía y
tediosa durante gran parte del metraje. Conjuga tópicos
del género con tibieza y sin aportar nada nuevo.
Nueva York, 1957. Vito Genovese y Frank Costello son unos capos mafiosos cuya amistad fraternal se remonta a la niñez. No obstante, sus modus operandi y la consideración de la que gozan distan bastante. Uno es violento e impulsivo, mientras que el otro, calculador y reflexivo, ha conseguido el respaldo de los diferentes jefes locales. Con todo, siempre se han respetado, pero esa paz acaba inesperadamente cuando determinadas decisiones los arrastran a un enfrentamiento letal, lo que repercute gravemente en el resto de las organizaciones criminales.
Tras la impactante apertura, los acelerados preámbulos, que miran hacia atrás en el tiempo, contextualizan la trama. Se introducen viejas imágenes de archivo que hacen hincapié en lo verídico del relato. Superado ese prólogo, dedica prácticamente una hora a la descripción detallada de los protagonistas y sus vínculos. Eso retarda demasiado el desarrollo de la intriga que avanzan los primeros instantes.
Adquiere cierta consistencia y provoca interés al regresar a la escena inicial. Se decanta entonces por mantener una tensión sostenida, apoyada en unos conflictos delicados. Aun así, apenas estalla violentamente en momentos puntuales y ni siquiera el desenlace depara secuencias llamativas.
El esmerado diseño de producción proporciona una apreciable ambientación. Recupera el tono de los grandes títulos del cine negro. La realización tampoco merece reparos y la banda sonora de David Fleming apoya bien la narración.
También compensa la escasez de episodios vibrantes la interpretación, por partida doble, del actor neoyorquino, a quien le han colocado varias prótesis. Asume con el carisma que le caracteriza dos personajes habituales en el mundo del hampa completamente distintos. Debra Messing (Will & Grace) y Kathrine Narducci le aguantan el tipo.
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