El director de Parásitos (2019), Bong Joon-ho, firma este thriller futurista y satírico donde apenas se atisban conexiones con aquella oscarizada película. Adapta la novela homónima de Edward Ashton publicada en 2022 y si bien el cineasta coreano se ha encargado nuevamente del guion, estamos ante la típica gran producción hollywoodense que termina engullida por los artificios visuales, diluyendo los mensajes que contiene. Además, cuando se adentra en los terrenos propios de la comedia cae continuamente en lo grotesco.
Mickey Barnes es un clon humano incorporado a una expedición espacial capitaneada por el megalómano Kenneth Marshall. Este político fracasado pretende colonizar nuevos planetas. Si alguna misión resulta extremadamente peligrosa o incluso suicida recurren a él. Cada vez que muere, su personalidad y sus memorias se transfieren intactas a otra copia. Sin embargo, esa regla no se cumple con la réplica número 17. Al pensar erróneamente que ha fallecido en el planeta helado de Niflheim, crean al siguiente individuo. Tal circunstancia originará unas situaciones chocantes y altamente delicadas.
Desde el inicio queda clara la intención de ridiculizar al presidente Donald Trump y a quienes le siguen con devoción. Con un trasfondo mordaz desarrolla una historia que transita por los lugares comunes de diferentes géneros sin brillantez. La denuncia contra el racismo, el talante supremacista y la utilización del potencial militar para someter a pueblos con menos recursos emerge intermitentemente durante el metraje. No obstante, el filme peca de ambicioso, lo que difumina sus objetivos. Quiere ser demasiadas cosas al mismo tiempo y eso lo acaba condenando.
Se dispersa con frecuencia. Basta asistir al flashback que nos cuenta una traumática experiencia infantil. Enriquece muy poco la caracterización del protagonista y se antoja totalmente prescindible.
El desenlace recarga las imágenes de efectos digitales y el epílogo se alarga con una ensoñación innecesaria.
No cabe hacer reproches a los apartados técnicos, acordes con los 118 millones de dólares invertidos, aunque ciertos detalles son francamente mejorables.
Robert Pattinson convence desdoblándose en dos papeles distintos; mientras que un excesivamente histriónico Mark Ruffalo se ha colocado una prótesis dental con el fin de reforzar su vis cómica.
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