Robert Eggers (La bruja, El hombre del norte) resucita nuevamente a Nosferatu con una gran producción que atenderá sobradamente las mejores expectativas de los amantes del terror gótico. Adapta la obra de Bram Stoker igual que hizo F. W. Murnau, y siendo fiel al filme original le da su sello personal. Equilibra los conocidos tópicos vampíricos con unos episodios de posesión diabólica espeluznantes. Dinamiza la narración al alternar los diferentes escenarios en que se desarrolla la intriga y cuenta con un reparto irreprochable. Por otra parte, todos los departamentos técnicos demuestran sus excelencias, particularmente perceptibles en las malsanas atmósferas que recorren la cinta. Asimismo, logran unas imágenes tan potentes como repulsivas e impactantes, herederas del expresionismo.
Wisborg, Alemania, 1838. Al terminar la luna de miel, Thomas Hutter, felizmente casado con Ellen, debe incorporarse a su nuevo empleo. El primer encargo que recibe este joven agente inmobiliario consiste en viajar hasta los Cárpatos para firmar un contrato de compraventa con el conde Orlok, quien pretende mudarse a tierras germanas. Tras varias semanas de viaje consigue llegar al imponente castillo del siniestro aristócrata. Allí experimenta unas aterradoras sensaciones. No tardará en percatarse del grave peligro que corre.
El breve preámbulo ya resulta estremecedor. Constituye una prometedora carta de presentación que verá superada después por diversas sorpresas horripilantes. No se entretiene en la introducción y centra el relato rápidamente. Pronto comienza a compartir con el espectador las pesadillas y las palpables amenazas que sufren los protagonistas. No faltan los detalles truculentos, sin caer en los terrenos del gore.
En ese angustioso devenir, que multiplica los escalofríos cuando la acción regresa a la ciudad, es decisiva su esmerada factura. Se nota el cuidado trabajo volcado en el diseño y ejecución de cada secuencia. Las localizaciones, una fotografía inmensa, la iluminación, el sonido, el vestuario, el maquillaje y la música compuesta por el británico Robin Carolan, además de las inserciones digitales, funcionan a un nivel sobresaliente, proporcionando auténticos cuadros en movimiento.
La implicación de los actores no ofrece ninguna duda. Sorprende el esfuerzo realizado por Lily-Rose Depp (Silent Night), que parece haber heredado las tablas de su padre. No le van a la zaga unos esforzados Nicholas Hoult (Renfield, Jurado Nº 2), Willem Dafoe y Bill Skarsgård (It), al que cuesta reconocer. Ligeramente por detrás queda Aaron Taylor-Johnson (Kraven the Hunter) cuyo papel no alcanza una entidad apreciable, pese al tiempo que le dedica el guion.
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