Tenía muy difícil superar a su laureada antecesora y aunque no desvirtúa los pronósticos, ofrece un espectáculo grandioso al estilo de Hollywood. El guion sale perdiendo en esa irresistible comparación. Libremente inspirado en hechos históricos, carece de la solidez y del recorrido que encumbraron a Gladiator (2000). En cualquier caso, quienes busquen una evasión de tintes épicos verán sobradamente satisfechas las expectativas. Sus 148 minutos vuelan y Ridley Scott se repone del cuestionado estreno de Napoleón. Todos los actores, tanto las estrellas consagradas como los prometedores intérpretes que figuran en el reparto, se muestran siempre a la altura.
Han pasado dieciséis años desde que murió Cómodo. Ahora, los emperadores Geta y Caracalla solo piensan en conquistar nuevos territorios. Con tal intención envían varias legiones a Numidia (norte de África) comandadas por el general Marco Acacio. Allí vive el joven y aguerrido Hanno, que lidera las tropas del reino. La paz de la que disfruta se trunca cuando es avistada la poderosa flota romana. Pese a contar con un ejército bien pertrechado, no puede evitar la derrota ni la muerte de su amada esposa. Tras ser apresado y desembarcar en el puerto de Ostia, acaba siendo comprado por el opulento Macrino, cuyo mayor tesoro son sus gladiadores. Pronto estará en la arena del Coliseo.
Los créditos de apertura rinden homenaje a su predecesora. La resumen con precisión, refrescan la memoria del espectador y permiten vincular ambos relatos. No será esa la única mención a la película anterior. Seguidamente, describe de forma somera al protagonista y recrea una batalla extraordinaria. El despliegue de medios que se aprecia avanza las excelencias técnicas de esta superproducción.
Superados los vibrantes compases iniciales, se preocupa de construir la trama, en la que confluyen la venganza, las intrigas políticas, el ejercicio despótico del poder y el drama familiar. Mide perfectamente los tiempos y convierte su desarrollo en una especie de montaña rusa. El popular anfiteatro constituye el escenario central del filme. En el abarrotado recinto se celebran unos juegos letales que responden a un loable esfuerzo de imaginación, superando lo visto en otras ocasiones.
Resultan evidentes las licencias que se han tomado sus artífices en diferentes apartados. Se renuncia abiertamente a narrar con fidelidad lo que realmente ocurrió en aquella época, pero despierta la curiosidad por documentarse sobre los auténticos acontecimientos.
La dirección artística, el vestuario, la magnífica fotografía y las creaciones infográficas proporcionan unas imágenes apabullantes.
El compositor Harry Gregson-Williams ha contado con la colaboración del músico gallego Abraham Cupeiro, especializado en instrumentos antiguos. Considerando este aspecto, cabe convenir que la banda sonora cumple con su cometido principal y contribuye a ambientar cada secuencia. No obstante, los pasajes en los cuales brilla corresponden a las reconocibles notas extraídas de la partitura que elaboró Hans Zimmer.
El irlandés Paul Mescal (Aftersun, Desconocidos) reafirma su carrera ascendente y convence por el carisma e implicación que transmite. Destacan también Pedro Pascal y particularmente Denzel Washington, en un perfil que domina. Además, Connie Nielsen recupera el personaje de Lucila y le confiere más entidad.
Hacía tiempo que no me decepcionaba tanto una película. Quizá las expectivas eran demasiado altas pero son muchos los elementos que hacen de esta nueva entrega algo totalmente prescindible; actores perdidos en sus papeles, un guion paupérrimo y unos efectos especiales por momentos de bajísima calidad. Una pena.
ResponderEliminarLo que más perjudica a Gladiator II es Gladiator.
Eliminar