Resulta muy interesante la visión de la violencia doméstica que ofrece este intenso thriller psicológico. Adapta la premiada novela del escritor francés Eric Reinhardt publicada en 2014 con el título L'amour et les forêts y si atendemos a su transposición cinematográfica, pueden entenderse las razones que justifican el éxito editorial. Desarrolla con precisión la paulatina degeneración de lo que comienza siendo una relación apasionada conforme aflora un enfermizo sentir posesivo bajo el erróneo pretexto del amor por la pareja. Recurre a unas calculadas elipsis narrativas y permite al espectador completar mentalmente las sucesivas etapas emocionales que atraviesa la protagonista, hasta alcanzar unos extremos tortuosos y asfixiantes.
Blanche Renard, maestra vocacional, coincide en una fiesta con el apuesto Greg Lamoureux, empleado de banca. La atracción surge de inmediato y al prometedor idilio sigue el compromiso matrimonial. Inesperadamente, por motivos laborales, se ven obligados a dejar Normandía e instalarse en Lorena, lo que supone alejarse de sus seres queridos. Después de ser madre, encuentra trabajo como profesora en Nancy. Ejercer la docencia la hace feliz, pese a los reparos y reproches de su marido. Sin embargo, esa desagradable actitud se vuelve insoportable. Se siente amenazada cada vez que consigue eludir el control al cual la tiene sometida permanentemente.
Los personajes, descritos con detalle, logran representar unos caracteres que suelen pasar desapercibidos al resto. El esposo esconde un narcisismo, imperceptible al principio, que se traduce en celos, acoso y manipulación. También visibiliza las circunstancias por las cuales a la víctima le cuesta tanto reaccionar. Sin forzar demasiado las situaciones, genera una atmósfera malsana que roza lo terrorífico.
Vertebra la trama mediante los recuerdos de la mujer maltratada, argumentando convenientemente el tránsito que realiza desde la comedia romántica al drama angustioso. Interviene ocasionalmente su hermana gemela, una figura que en el filme se antoja desaprovechada.
El guion elude las sorpresas llamativas en el desenlace y aunque es apropiado, deja al público con ganas de más.
La música de Gabriel Yared (El paciente inglés, Otoño en Nueva York) aporta unas hermosas melodías introducidas con criterio.
Entre los méritos de Virginie Efira (Adiós, idiotas, Benedetta), cabe apuntar la convicción con que resuelve dos papeles bien diferentes. Le acompaña el polifacético Melvil Poupaud (Pequeña flor, Golpe de suerte). Ambos se apoyan en un elocuente lenguaje gestual para transmitirnos sus inquietudes.
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