La gran triunfadora de los Premios César (7 estatuillas, incluyendo mejor película, dirección y guion) presenta una comedia agridulce muy original que sabe alternar secuencias desternillantes con pasajes emotivos o románticos, y hasta acierta a incorporar algunas gotas de suspense. Transita por estos terrenos siempre con destreza, a través de unos personajes capaces de cautivar la atención del público. Pese a sus desgraciadas circunstancias, resulta fácil encariñarse con ellos, particularmente al atender a como se complementan mutuamente, haciendo de la necesidad virtud.
A Suze Trappet le han diagnosticado una enfermedad grave, causada por los espráis que utiliza en su peluquería. Temiéndose lo peor, decide buscar al hijo que se vio obligada a dar en adopción siendo adolescente. Inesperadamente, se cruza con Jean-Baptiste, un experto en tecnología al que sus jefes pretenden reemplazar por jóvenes talentos. Ambos unirán esfuerzos, pero también será decisiva la colaboración de Serge, el resuelto invidente que trabaja en el archivo municipal.
Si bien la presentación de los protagonistas no se antoja especialmente seductora, desde el instante en que sus destinos convergen mejora sensiblemente el tono de la historia, deparando situaciones pintorescas y tronchantes, sin caer nunca en el mal gusto. Los créditos iniciales nos confiesan que los Monty Python han servido de inspiración a su sentido del humor (el film está dedicado al desaparecido Terry Jones y cuenta con una pequeña participación de Terry Gilliam). Sin duda esta referencia despierta las buenas expectativas que corrobora tan chispeante relato.
Estos tres perdedores, a quienes la vida les ha puesto la zancadilla de manera repentina, se compenetran a la perfección. Tratados con ribetes extravagantes y rozando el surrealismo, consiguen provocar las lágrimas del espectador, ya sea por hacerle llorar de risa o porque tocan la fibra sensible. En su accidentada aventura surgen sutiles metáforas, que avanza el propio título, sobre las taras de las sociedades supuestamente avanzadas. El desenlace puede chocar, aunque a poco que se piense es adecuado y destila un innegable halo poético.
Con un irreprochable diseño
de producción, el encanto de Virginie Efira (Pastel de pera con lavanda, Un
hombre de altura) llena la pantalla, fenomenalmente secundada por Albert
Dupontel (Nos vemos allá arriba), quien además ha dirigido este
largometraje; sin embargo, el entrañable Nicolas Marié se convierte en el
auténtico “robasescenas” de la cinta.

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