La secuela de Escape Room (2019), aun repitiendo la misma fórmula, supera ligeramente a la anterior de la mano de una buena dirección artística, de su espléndido ritmo narrativo y del ingenio volcado en el guion, con la finalidad de sorprender constantemente al espectador. Aprovecha bien los 88 minutos de metraje y consigue un entretenimiento que, no obstante, se gusta demasiado a la hora del cierre.
Tras sobrevivir al maquiavélico juego puesto en marcha por Minos, Zoey y Ben, tratan de encontrar a los autores de las macabras muertes de sus compañeros de fatigas. Con ese propósito viajan a Nueva York, al lugar en que supuestamente se encuentra la sede de esta organización clandestina. Una vez allí, vuelven a caer en otra trampa similar junto a varios desconocidos que salieron con vida de retos idénticos; al parecer son víctimas de un nuevo torneo letal dirigido a los campeones de diferentes ediciones.
Adam Robitel repite detrás de las cámaras y con mucha soltura, agilizando los preámbulos, nos mete de lleno en situación. Las líneas maestras de su desarrollo no presentan novedades: va trasladando a los personajes por distintos espacios en los cuales se les somete a pruebas extremas, viéndose obligados a colaborar y a demostrar su talento si quieren seguir adelante. Precisamente, la creatividad se aprecia en esos escenarios por los que transitan y donde se esconden todo tipo de desafíos. De hecho, la intriga está dotada de cierto toque inmersivo al invitar al público a descifrar las pistas y jeroglíficos a que se enfrentan los protagonistas.
El desenlace deja algunos cabos sueltos y el epílogo falla, no en cuanto a sus intenciones, sino en la manera inasumible de recrear esa última secuencia que, como era de esperar, siempre abre una puerta a futuras entregas.
El repertorio de trucos y argucias que surgen a lo largo de la película evidencian un esfuerzo imaginativo correspondido por el atrayente diseño de producción. Resulta fundamental para mantener la máxima tensión e impactar en momentos puntuales.
Retoman sus papeles Taylor Russell y Logan Miller, asumiendo los roles de mayor peso, aunque rinden igual que el resto de los intérpretes en unos registros superficiales, muy cercanos a los avatares de quienes se entretienen con las consolas.

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