Esta especie de musical postapocalíptico quiere ser muchas cosas y se queda en un filme tan original como tedioso e incalificable. Con una puesta en escena de refinadas hechuras teatrales, las buenas ideas que maneja se van desdibujando paulatinamente. Asistimos a varios momentos grotescos, repite situaciones y avanza con dificultad. La desgana que evidencia acaba provocando pronto el desinterés y por eso cuesta digerir su excesivo metraje: 148 minutos inacabables. El oficio de sus actores apenas salva algunas secuencias.
Tras la hecatombe medioambiental que asoló el planeta, una acaudalada familia, corresponsable del cataclismo, sobrevive en un lujoso refugio subterráneo. Al, otrora, magnate mundial del petróleo le acompañan su esposa, el hijo de ambos, que nunca ha visto el exterior, el servicial mayordomo y dos amigos. Reparten el tiempo entre realizar simulacros de emergencias, pintar, construir dioramas y contemplar sus preciadas posesiones. Esas rutinas monótonas se rompen cuando, sorprendentemente, alguien se cuela en el búnker. Lejos de alegrarse, entienden que podría desestabilizar la armonía del grupo.
Pese a los suntuosos ornamentos que recorren las principales estancias de la singular residencia, transmite desde el principio una sensación claustrofóbica. Los bailes y las canciones que interpretan los protagonistas, con unas coreografías pobres, no dinamizan la historia, incluso se antojan prescindibles. Tampoco lo consiguen las elipsis que aplica.
La incorporación de una extraña a ese panorama sin alicientes le insufla cierta consistencia al relato, ya que introduce unos dilemas interesantes. El racismo, la integración, la solidaridad y la sobreprotección de los hijos son temas que toca, aunque sin profundizar. Además, explota con timidez la conflictiva subtrama romántica que permite abordar esas cuestiones. Y la denuncia de la agresión continuada a la naturaleza parece únicamente un pretexto. Simplemente ironiza sobre el tema, igual que reviste de humor negro otros asuntos candentes.
George MacKay (Amanece en Edimburgo, 1917) se mueve con mayor soltura que el resto del reparto. A su lado, se agradece la sobriedad que aporta Moses Ingram (serie Obi-Wan Kenobi). Más intermitentes resultan las participaciones de Tilda Swinton y Michael Shannon.
El reputado documentalista Joshua Oppenheimer (The Act of Killing) se pasa a la ficción con unos bienintencionados propósitos que, sin embargo, no terminan de cuajar.
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