Daniel Auteuil (La reina Margot, Una razón brillante) se pone delante y detrás de las cámaras para dirigir este drama judicial convencional. Adapta un relato corto del malogrado penalista y escritor Jean-Yves Moyart, con el que consigue mantener la atención pese a su flemático tono narrativo. Incorpora muchos tópicos y a grandes rasgos resulta previsible. No obstante, en los últimos compases emergen detalles sorprendentes, que permiten cerrar la historia con unas sensaciones satisfactorias. El reputado actor francés conduce la película con la implicación que le caracteriza. Le acompañan unos intérpretes contrastados que elevan el filme.
Hace 15 años que Jean Monier no ejerce de abogado defensor. Quedó marcado por la absolución de un reo que acabó reincidiendo y cometiendo unos crímenes terribles. Una noche, Annie Debret, con quien está sentimentalmente unido, le pide que le supla en el turno de oficio porque no puede atenderlo. Al llegar a la comisaría se entrevista con Nicolas Milik, acusado del asesinato de su esposa, que era alcohólica. Él cree firmemente que este padre de familia numerosa es inocente y acepta llevar el caso.
Al exponer los hechos abre varias posibilidades y genera unas altas expectativas que se van diluyendo. Transcurre con menos alicientes de los que cabría esperar. Las sesiones ante el tribunal se alargan y hay testimonios poco esclarecedores que, sin embargo, serán determinantes. Surge intermitentemente una subtrama vinculada al hijo problemático de un ganadero, con intenciones alegóricas, que no aporta nada destacable.
Por el contrario, salen bastante mejor parados los encuentros entre el letrado y su cliente. Se intuye que ambos esconden secretos y estrategias, aunque terminan viendo la luz demasiado tarde. Precisamente, el epílogo se beneficia de este apartado.
Sobre la intriga planea la lejana influencia de una obra maestra: Testigo de cargo (1957), del genial Billy Wilder.
Discurre mayormente por espacios oscuros, incluso sucede así en algunas escenas exteriores, lo cual, dota a las imágenes de un aire excesivamente triste, aun reconociendo la gravedad del suceso que se juzga. Las transiciones con las que liga las secuencias, acompañadas por piezas de música clásica, se antojan anodinas.
Grégory Gadebois (Delicioso, El despertar de María, Las cosas sencillas), últimamente muy solicitado, acredita nuevamente su solvencia con la sobriedad y abatimiento que le exige el papel. La actriz danesa Sidse Babett Knudsen (Borgen) asume un rol necesario, pero apenas desarrollado.
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