Pese a sus apreciables moralejas, cuesta recomendar abiertamente este estreno por su tono profundamente melancólico y la irrupción puntual de algunas imágenes repulsivas. El estadounidense Aaron Schimberg firma una comedia negra y absolutamente kafkiana, con hechuras de cine indie, que desmonta ciertas cualidades sobrestimadas, particularmente las vinculadas al físico. El relato resulta desigual. La primera parte engancha por completo. La descripción del protagonista, realmente curioso, y los albores de un singular romance atrapan la atención. Luego, aunque refuerza sus mensajes, se desinfla.
La deformación facial que le causó la neurofibromatosis a Edward Lemuel no le ha impedido abrirse paso como actor. Sin embargo, fuera del plató no comparte la vida con nadie. Eso empieza a cambiar cuando conoce a su nueva vecina, Ingrid Vold, una aspirante a dramaturga quien, inesperadamente, encuentra en él la inspiración que necesita. Sin contarle nada, acepta probar un tratamiento clínico experimental que no tarda en transformarle la cara. Cambia de nombre y el innegable atractivo que luce le permite triunfar en los negocios inmobiliarios, pero a nivel personal todo empeora. Alguien con el rostro desfigurado comienza a suplantarle.
En el fondo habla de la soledad, la baja autoestima, la insatisfacción, la inseguridad y la frustración. Además, reivindica los valores nobles del ser humano frente a la admiración por los superficiales, componiendo así una ácida crítica social.
Se advierten influencias del peculiar director Spike Jonze (Cómo ser John Malkovich, Adaptation. El ladrón de orquídeas). Aun sin llegar a caer en terrenos surrealistas, las reacciones de este «renacido» alcanzan cotas desproporcionadas con intenciones sarcásticas. En su descenso a los abismos surgen también momentos desangelados, incluso el desenlace, donde no faltan las notas de humor, se antoja discreto.
De manera hábil voltea la historia con giros, paradojas y sorpresas que nunca se ven venir. Demoniza la excesiva importancia que damos a las apariencias. En ese punto constituye un pilar fundamental el trabajo del departamento de maquillaje, justamente nominado al Óscar. El otro apartado técnico destacado reside en la magnífica banda sonora de Umberto Smerilli, que ofrece unos agradecidos motivos melódicos.
Sebastian Stan, ganador del Globo de Oro por este papel, brilla en las dos facetas que le exige el guion. No se quedan atrás la noruega Renate Reinsve (La peor persona del mundo) y un fantástico Adam Pearson, en el que se basa parcialmente el filme.
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